lunes, 14 de septiembre de 2009

Historias de la cripta ii

A veces, especialmente cuando se es pequeño, uno hereda los gustos de su hermano mayor aunque no quiera. Pues bien, en mi caso, mi hermano mayor era un acérrimo de las pelis de miedo, en concreto, de cualquier película de miedo; de las buenas, de las malas, de las sangrientas, de las psicológicas, de las de vampiros, de las de zombies que andan muy despacio y de las de zombies que andan muy rápido, de las de plagas de animales especialmente crueles con las personas, de las de asesinos de adolescentes, de las de personajes fantásticos... de todas. Así que, gracias a él (o por su culpa) yo también acabé siendo aficionada a las películas de miedo.

Todos los sábados veíamos Alucine. Puede que, alguien como yo, se emocione al recordar Alucine. No nos lo perdíamos nunca, es más, recuerdo una ocasión que fuimos de vacaciones a un pueblecito llamado Torla, en el valle de Ordesa y que, en lugar de preferir dar una vuelta con nuestros padres después de cenar, subimos pitando a la habitación para ver el programa. Da igual que la película fuera repetida, la volvíamos a ver. Por aquéllas todavía no existían los videoclubs, así que teníamos que conformarnos con el criterio aleatorio de los jefes de la tele y la verdad es que no nos quejábamos.

La primera película de terror que recuerdo haber visto fue Carrie, una adaptación al cine del libro homónimo de Stephen King. Calculo tener por entonces unos nueve años y aunque lo pasé realmente mal viéndola, confiaba en que no tendría problemas para dormir. Ingenua de mí. Dormir sí, me quedé dormida pero me desperté sobresaltada por el sueño que tuve: una mano tratando de salir de la tierra y una lápida al fondo. Al final tuve que dormir con mi madre. Y, desde entonces, esa fue la primera y única vez que no pude dormir sola. Lo que no recuerdo es dónde durmió mi padre... :)

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