sábado, 31 de octubre de 2009

Triste

31 de Octubre de 2005

Voy conduciendo con una amiga sentada a mi lado. Son cerca de las siete de la tarde y el cielo está anaranjado, un naranja muy fuerte. Ha sido un día de sol, lo recuerdo y el atardecer es precioso. Cálido.

Reímos y hablamos. Sobre días pasados, sobre fines de semana próximos, sobre cosas qué hacer. Las de siempre, las que nos gustan. La radio suena de fondo. Y suena su móvil. Es una antigua compañera suya del instituto.

- ¡Ey! ¡Qué sorpresa! ¿Cómo estás?

Sonrío mientras giro el volante hacia la izquierda. Acabo de recoger a mi amiga y nos vamos a dar una vuelta.

- ¿Cómo...? ¡Qué? No, no... espera... Laura... ¿qué Laura?

Noto cómo su tono de voz se vuelve frío y la miro interrogante pero no me devuelve la mirada, así que sigo mirando al frente.

- No puede ser... no puede ser... ¿cuándo? ¡mierda! ¿dónde? - silencio - ¡estás segura?

Tiemblo. La música me parece ridícula y apago la radio. Cuelga el teléfono y tengo que frenar y aparcar donde sea. Laura ha muerto. Así, tan repentinamente que durante días no lloro. No estoy preparada para algo así, así que, sigo con mi vida como hasta entonces. Aunque siento una controversia en mi interior que va creciendo.

Pienso en ella. Hago esfuerzos por recordar todos nuestros momentos. Miro sus fotos. Me siento culpable por no asimilarlo como las demás. Por no derramar una lágrima cuando el resto no hace más que hablar sobre ella, lamentarse y llorar entrecortadamente. Yo me quedo callada y sólo veo su sonrisa.



Dos años antes de aquel 31 de octubre -

- Mmm, ¡qué bien hueles!

- Jaja lo sé... y sabía que te gustaría. Siempre llevo una muestra en el bolso, espera... - revuelve en el interior del mismo hasta mostrármela - Aquí está. Toma, ésta es tuya.

- Vaya, pues ¡gracias! ¿Quién sabe? Igual me lo acabo comprando.


Pero no, nunca podría llevar su olor. La memoria olfativa es demasiado evocadora, demasiado nítida. Así que, sigo guardando aquella muestra que me dio.

viernes, 30 de octubre de 2009

Hablaré sobre mí

Hoy voy a contar una pequeña curiosidad sobre mí. Sobre mi vida. Vale, sobre MI percepción sobre mi vida.

Nunca me ha resultado difícil encontrar paralelismos y extraer conclusiones peculiares a partir de acontecimientos vividos, es más, diría que tiendo a ello. Desde pequeñas cosas cotidianas hasta situaciones globales, como la que apunto a continuación.

Me refiero a la época de mi vida comprendida entre los 8 y 16 años, más o menos. Llegué a una conclusión un tanto ... extraña. Siempre he sido maniática pero por aquéllas lo era de una forma estrambótica. Por ejemplo, sentía una verdadera antipatía por todo número o cosa que fuera impar y al contrario, los números pares para mí tenían todas las connotaciones positivas posibles. Vamos, que me encantaban los pares mientras que los números impares me daban mal rollo. Ejemplificando, si tenía que hacer los deberes de mates y tocan divisiones, la última que resolviera debía dar un resultado par. Si daba impar, pasaba a la siguiente.

Así que, en estas estaba yo cuando me doy cuenta de algo para mí asombroso y que marca definitivamente mi aversión hacia los números no múltiplos de dos. Con 14 años o algo más, tomo conciencia de que los últimos cuatro años han sido años alternos de insomnio y no insomnio. Es decir, empezando por un año de absoluto insomnio, comienza el siguiente año y el insomnio desaparece. Termina este buen año y de nuevo vuelven los problemas de sueño. Y así, sucesivamente, año tras año. Y, ¡qué curioso! porque coincidía que los años en los que dormía mal eran siempre los impares. Y cuando hablo de dormir mal, hablo de no poder dormir hasta las 2 ó las 3, algo que para una niña pequeña no es agradable.

Con el paso del tiempo, en lugar de acentuarse el problema, éste desapareció. Probablemente fuera algo casual pero para mí tenía su razón de ser y en ella sigo.


Dando gracias a que nací el 28 del 4 (el año no lo digo, aunque las dos últimas cifras también son pares :) )

Me hace tilín

Al principio me produjo cierto rechazo ese vibrato... pero ahora no



jueves, 29 de octubre de 2009

Cosas que me gustan

Una de las cosas que más me ha gustado siempre ha sido mirar las estrellas. Buscar puntitos brillantes en el cielo que no parpadeen y pensar qué planeta puede ser, si es que no es un satélite. Localizar la estrella polar y muy cercana a ella, el carro de la osa mayor. Observar el cinturón de Orión con sus tres marías... y cuestionarme muchas cosas.

¿Por qué mirar al cielo nos inspira tanto?


La filosofía está escrita en este gran libro
continuamente expuesto ante nuestros ojos
- me refiero al universo -, pero no puede ser
entendida a menos que uno primero comprenda su
lenguaje e interprete los caracteres en los que está
escrito. Está escrita en el lenguaje de las matemáticas
y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras
geométricas, sin las cuales es humanamente imposible
entender una sola palabra de ella.

Galileo Galilei, Il Saggiatore (1623)



Ingenua reflexión

Situación. Bar de pinchos en Ponferrada. 10 de la noche aprox. Cuatro personas sentadas a una mesa; S, dos amigos suyos y yo. La alegría nos invade. Hay muchas cosas que contar y muchas, muchas risas que compartir. Brindamos. S y su amigo con vino, la otra chica con mosto y yo con cerveza. Me siento bien. Tanto que surge de mí una "confesión" que consideraría ridícula en condiciones normales. Alguien comenta que esa noche hay que cambiar de hora y que, cual quinceañeros, tenemos una hora más para salir. Ahí me lanzo:

- ¿Sabéis que pensaba cuando era pequeña cada vez que había que cambiar la hora?

Me miran expectantes.

- Nunca se lo preguntaba a mis padres ni a nadie, porque más que cuestionarme, para mí era una reflexión. Pensaba: "¿Cómo puede ser que siempre toque cambiar la hora en fin de semana?". Para mí suponía toda una coincidencia y una gran suerte que cambiásemos de hora los sábados. Me planteaba la fatalidad que supondría que el cambio de hora lo hicieran por ejemplo, un miércoles y hubiera que dormir una hora menos. Así que, simplemente pensaba en la suerte que teníamos.

Lógicamente les hizo mucha gracia y nos reímos un buen rato antes de pasar a otros temas.

Pero el caso es que me quedé pensando en cuándo dejé de pensar eso y llegué a comprender que el cambio de hora es simplemente un artificio nuestro para jugar con las horas de sol. Qué ingenua era sí, pero, ¿cuándo dejé de serlo?

jueves, 15 de octubre de 2009

Una vez leí...

Natural es el ruido,
humana es la música


Cosas que me gustan

Una de las cosas que más me gustan, aunque a algunos pueda horrorizarles la idea, es la rutina. Mejor dicho, las rutinas. Tener un orden para según que cosas. Pondré un ejemplo: mi rutina del despertar. Más o menos es como sigue. Suena la alarma del móvil y la pospongo. Vuelve a sonar a los 9 minutos y de nuevo, vuelvo a posponerla. Aquí no respeto el número de veces que puede sonar pero podría establecerse en cuatro o cinco ocasiones.

Suena la alarma --- 9 minutos --> alarma
--- 9 minutos --> alarma --- 9 minutos --> alarma final

Y me levanto. Por cierto, que la musiquita que suena con la alarma es la canción "I want you" de Bob Dylan y no, de momento no le he cogido paquete. Así que, me levanto y voy al baño. El gato me espera en la puerta y al salir, los dos vamos a la cocina. El café está listo porque S lo ha preparado un rato antes, así que, no tengo más que verterlo en la taza. Pero de la siguiente forma: tres medias cucharillas de azúcar (estoy dejándolo y por eso no son enteras), café hasta donde comienza el cuello de la cuchara y leche hasta casi llenar la taza. Después lleno un vaso de zumo (o de melocotón o de mandarina) hasta más o menos 3/4 del vaso y con ambos dos voy al salón. Antes de sentarme en el sofá, coloco bien recto el cojín contra el respaldo y encima suyo, coloco un cojín más pequeño que me ayude a sostener mi cabeza todavía somnolienta. Me siento en el sofá y enciendo la tele. Preferiblemente las noticias de antena 3, pero si son repetitivas, no le hago ascos a Shin Chan. Tengo media hora para desayunar, no puedo hacerlo en menos tiempo. Primero tomo el café, a sorbitos y cuando lo termino, me levanto a coger galletas o magdalenas o lo que haya. Vuelvo al sofá y después de tomarlas, bebo el zumo, también a sorbitos. Bebo muy despacio por precaución. De pequeña pensaba que podía írseme por el otro lado y se me podían encharcar los pulmones y morir. Ahora sé que esto no pasa pero una costumbre tan arraigada es difícil de eliminar.

Mientras desayuno, el gato se duerme en mi regazo y aunque esto sea bonito, a veces puede resultar un incordio. Más de una vez ha hecho que me volcara el café o el zumo encima o peor aún, en el sofá.

Al terminar de desayunar, enciendo el ordenador y pongo música. Voy a la cocina y friego lo que haya por fregar. Si no llueve, abro las ventanas de la cocina y del salón. Así aireo la casa y el gato se distrae asomándose por la ventana del salón y fantaseando con cazar palomas. Voy al baño. Me ducho, me peino, me doy crema hidratante, me visto y me seco el pelo. Todo en ese orden.

Cuando ya estoy presentable, preparo el bolso: guardo las gafas y el móvil, me cercioro de que llevo la cartera, pañuelos, la llave del coche y cacao labial. Me pongo las zapatillas, nunca zapatos. Vuelvo al baño y cojo el reloj y el único anillo que llevo, uno de coco (o puede que sea de roble) que me regaló S. Esas son mis únicas joyas.

Vuelvo a la cocina y me preparo medio sandwich. Si por ejemplo es de mortadela, la otra media loncha la parto en pedacitos y se los doy al gato. Y ronronea.

Guardo el sandwich en el bolso y me pongo la chaqueta. Llega el momento de irse, así que cojo las llaves, me miro en el espejo admirando mi belleza y me despido del gato que me ha acompañado hasta la puerta.

Cierro con llave y compruebo que la puerta está cerrada... ocho veces.

Ideas ridículas

Veo que te acercas con mala cara. Tardas en mirarme a los ojos y, por ende, yo también. Me mantengo a la expectativa mientras frunces el ceño. ¿Te quejas de la pinta que tienes con esas ojeras? Siempre tienes ojeras. "Ya, pero hoy más. Tengo que comprarme algún quitaojeras". Siempre dices lo mismo y sonríes al ser consciente de ello.

Te ahuecas el pelo pero no sirve de nada, así que te encoges de hombros mientras ves cómo cada mechón vuelve a su sitio. Te preguntas si tu pelo podría clasificarse como lo contrario de indomable y rememoras todos esos anuncios de champús y acondicionadores donde aparecen chicas con el pelo revuelto y con la perfecta cara de "¡y yo con estos pelos!". De nuevo frunces el ceño, cualquiera te dice nada.

Así que, después de retocarte el flequillo y soltar un resoplido, te observo mientras te alejas. "¡Después de todo no estás tan mal!" grito, pero no me oyes. Yo me alejo a la par que tú lo haces.

Y mañana será igual. Te observaré mientras tú observas tu reflejo en el espejo. Mientras me observas.

viernes, 9 de octubre de 2009

Soy un poco cabezona

Esta semana, no recuerdo qué día, estuvo el cantante Mika invitado en El Hormiguero (algún día puede que hable de lo detestable que me resulta Pablo Motos) presentando su nuevo CD. A mí este hombre (el cantante) nifú nifá, aparte de las terribles consecuencias que pueden sufrir los tímpanos y cócleas de los oyentes de su música. Precisamente yo no soy una de sus oyentes, estoy a salvo. Pero el caso es que a lo largo del programa, a ratos y de fondo, nos colocaban el single del susodicho álbum y yo ya me mosqueé desde el principio. Para exponer el tema central de mi mosqueo primero debo reconocer que... sí, de vez encuando escucho Kiss FM... ejem... y consideraciones sobre mi persona aparte... puedo decir que si de algo me ha servido escuchar a ratos sueltos esta emisora es para detectar plagios tan grandes como éste:





Porque vamos, la canción de esta tal Belinda la he escuchado unas cuantas veces y como que el estribillo es pegadizo y se te queda insertado en la memoria auditiva. Así que, no hace falta tener un buen oído para darse cuenta de que estas dos canciones... ¡son iguales! Y en ningún momento dijo Mika que la había copiado. Yo qué sé, existen las versiones de canciones. No pasa nada por presentar una más. No creo que vaya a vender menos por presentar una copia. Pero, ¡hay que reconocerlo, leches!


PD Así que, sí, mi querido S, yo tenía razón... jajajaja

martes, 6 de octubre de 2009

A mí me dio una pena terrible

"Ustedes saben que estoy muy cerca del final, tengo 89 años. Permítanme pedirles que consideren el honor que sería para nosotros organizar los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de 2016"

He decidido que...

voy a quitarle a S el CD "Emperor Tomato Ketchup" que yo misma le regalé hace tiempo y que creo que mucho caso no le hace... aunque creo que eso de quitarle algo a quien vive contigo, no tiene demasiado sentido... mierda


lunes, 5 de octubre de 2009

¿Hay alguien ahí?

Jamás se me ocurriría preguntar eso si, estando sola en casa, en una noche de lluvia, después de que repentinamente se hubiera ido la luz, oyera ruidos en casa.

domingo, 4 de octubre de 2009

El teorema del loro

Ése es el título del libro que estoy leyendo. Lleva el siguiente subtítulo: Novela para aprender matemáticas.

Ciertamente es una novela. Una novela no muy rica, literariamente hablando, pero al menos, el autor (Denis Guedj, matemático de profesión) lo intenta. Llevo leída la mitad, bueno, algo menos, pero como ya digo, quitando la parte en la que habla de las matemáticas, es decir, el fondo de la cuestión, el hilo argumental es bastante tostón. Resumiendo alegremente, el protagonista es un librero octogenario y parisino que tiene que resolver la muerte enigmática (me encanta esta palabra típica de sinopsis) de un amigo de la adolescencia a la vez que va contando la historia de las matemáticas a los hijos de la señorita que trabaja en su librería y todo con la ayuda de un loro parlanchín. Esto es lo curioso, que va asociando las matemáticas a su historia, su contexto y sus personajes y relata de forma anecdótica la colaboración de nombres tan familiares como Tales, Pitágoras o Euclides.

Por ejemplo, extraigo el fragmento siguiente, que me gustó leer:

"Al cabo de algunos días de viaje, sólo interrumpido por paradas en las ciudades y pueblos que bordean el Nilo, Tales la vio. ¡La pirámide de Keops! Se alzaba en medio de una amplia elevación del terreno, no muy lejos de la orilla del río. Las otras dos pirámides, la de Kefrén y Micerinos, estaban cerca y parecían pequeñas en comparación. Aunque ya se lo habían advertido los otros viajeros durante el trayecto, las dimensiones del monumento sobrepasaban todo lo que Tales podía imaginar. Bajó de la faluca. Anduvo hacia ella aminorando su velocidad a medida que se acercaba, como si la proximidad de la masa del monumento tuviera la propiedad de acortar sus pasos. Se sentó, agotado. Un campesino egipcio, un fellah de edad indefinida, se puso en cuclicllas a su lado.

- Extranjero, ¿sabes cuántos muertos ha costado esta pirámide que tanto admiras?
- Miles, sin duda - respondió Tales.
- Di mejor decenas de miles.
- ¡Decenas de miles!
- Centenares de miles es más aproximado. Posiblemente nos quedamos cortos - añadió el fellah - y ¿para qué tantos muertos? ¿para abrir un canal? ¿contener el río? ¿tender un puente? ¿construir una carretera? Rotundamente no. Esta pirámide la mandó hacer el faraón Keops con el único fin de obligar a los humanos a convencerse de su pequeñez. La construcción tenía que sobrepasar todos los límites para aplastarnos: cuanto más gigantesca fuera ella, más minúsculos seríamos nosotros. Consiguió su propósito. Me he fijado en ti cuando te acercabas y he visto dibujarse en tu cara los efectos de esta magnitud. El faraón y sus arquitectos quisieron obligarnos a admitir que, entre la pirámide y nosotros, no hay ninguna medida común.

[...] Cualesquiera que fueran los fines del faraón una cosa saltaba a la vista: la altura de la pirámide era imposible de calcular. Tales decidió aceptar el reto.

Cuando el sol apuntaba por el horizonte, Tales se levantó y observó su propia sombra proyectarse en dirección oeste; pensó que, cualquiera que sea el tamaño de un objeto, siempre existirá una iluminación que lo haga parecer grande. Durante un buen rato permaneció de pie, inmóvil, con los ojos fijos en la sombra que proyectaba su cuerpo en el suelo. La vio disminuir a medida que el sol se iba elevando en el cielo.

[...] El sol no hace distinción entre las cosas del mundo, y las trata a todas del mismo modo, aunque su nombre sea Helios en Grecia o Ra en Egipto. A ese modo de tratar a todos por igual, si atañe a los hombres, en Grecia se le llamará más tarde democracia.

Si el sol trata de modo semejante al hombre, minúsculo, y a la pirámide, gigantesca, se establece la posibilidad de medida común. Tales se aferró a esa idea: "La relación que yo establezco con mi sombra es la misma que la pirámide establece con la suya." De ahí dedujo: "En el mismo instante en que mi sombra sea igual que mi estatura, la sombra de la pirámide será igual a su altura." Hete aquí la solución que buscaba. No faltaba sino ponerla en práctica.

Al día siguiente, al alba, el fellah fue hacia el monumento y se sentó bajo su sombra inmensa. Tales dibujó en la arena un círculo con un radio igual que su propia estatura, se situó en el centro y se puso de pie bien derecho. Luego fijó los ojos en el borde extremo de su sombra.

Cuando la sombra tocó la circunferencia, es decir, cuando la longitud de la sombra fue igual a su estatura, dio un grito convenido. El fellah, atento, plantó un palo inmediatamente en el lugar donde estaba el extremo de la sombra de la pirámido. Tales corrió hacia el palo.

Sin intercambiar una sola palabra, con la ayuda de una cuerda bien tensa, midieron la distancia que separaba el palo de la base de la pirámide y supieron la altura de la pirámide.

Bajo sus pies, la arena se levantaba; el viento del sur estaba empezando a soplar. El jonio y el egipcio se dirigieron hacia la orilla del Nilo, donde acababa de atracar una faluca. El fellah permaneció sonriente en la orilla mientras la embarcación se alejaba por el río."

Luego se explica que Tales consiguió medir la altura de la pirámide en el momento en que la proyección en el suelo de los rayos del sol eran exactamente perpendiculares al lado de la base, lo que implica que la parte oculta era igual a la mitad del lado. Así, la altura de la pirámide era igual a la longitud de la sombra más la mitad de un lado. Más o menos, lo que intento describir con el dibujito que acabo de improvisar:
" La pirámide de Keops está en Gizeh, a 30º de latitud en el hemisferio norte. Para que la sombra sea igual que el objeto que la produce, los rayos tienen que tener una inclinación de 45º. En Gizeh, en verano y al mediodía, los rayos del sol son casi verticales y por lo tanto casi no habrá sombra durante todo un periodo del año. Y para que la sombra sea perpendicular a la base, ésta debe tener orientación norte-sur. En definitiva: sólo dos días al año se cumplen todas las condiciones mencionadas. Los astrónomos afirman que Tales únicamente pudo efectuar su medición el 21 de noviembre o el 20 de enero.

[...] Al no tener una unidad de medida, utilizó el tales, es decir, su propia estatura. Midió la sombra con la cuerda: medía 18 tales; luego midió el lado de la base, dividió por dos y le dio 67 tales. Sumó y anotó el resultado. La pirámide de Keops de mide 85 tales. El tales equivalía a 3,23 codos egipcios, es decir, 276,25 codos en total. Hoy sabemos que la altura de la pirámide es de 280 codos, o sea, 147 metros."

¿Es una historia bonita o no? Historias así, más o menos extensas, hay por todo el libro. El libro no trata de enseñarnos cuál es el teorema de Tales, aunque también lo hace, se trata de descubrirnos cómo se llegó a él. Si Tales no podía medir la altura de la pirámide, se las ingenió para calcular la vertical a partir de la horizontal.

No conocía esta historia pero espero que no se me olvide.

Me siento a escribir porque...

1) No me apetece leer
2) No me apetece ver la tele y, en caso de apetecerme,
3) No podría ver la tele porque S está jugando a la consola y de momento no hemos pensado en aumentar el núcleo familiar de televisores
4) No me apetece echar una siestecilla (esto es raro un domingo)
5) Es una buena opción cuando por fin tenemos internet en casa ¡bien!
6) No puedo ir a dar un paseo con la tripa llena

Peeeeero, hay un problema, me falta la inspiración. Como muchas cosas, un quiero y no puedo.


¡Música, inspírame!



No, creo que no me inspira nada. Aparte de contar brevemene el hecho curioso vivido hace unas dos horas, cuando tomando el café con mis padres, ha dicho mi madre de golpe (tan de golpe, que de la sorpresa y la risa podría habérseme ido por el otro lado el café, si es que hubiera estado pegando un sorbo en aquel momento): "Me han recomendado que vayamos a ver al cine la película "Malditos bastardos", ¿qué os parece?" Previo golpe disimulado a S en la pierna para que no soltara una de las suyas y, eso sí, con algo de sorna, les (a ella y a mi padre) he indicado con delicadeza que quizá no era la película más apropiada para ver, especialmente para mi madre. Mi madre, de naturaleza curiosa, se ha inquietado un poco y ha soltado un escueto "Ay y, ¿por qué?" y yo "Bueno, no sé, porque no te imagino viendo una película de Tarantino. Creo que vistéis "Kill Bill" y no te hizo mucha gracia. Son películas... cómo decirlo... violentas. Aunque claro, en ésta sale Brad Pitt, así que, igual te la han recomendado por eso." Mi padre, acertadamente y de forma irrefutable, ha zanjado la cuestión: "Bah, pero a Brad Pitt lo puedes ver todos los días en la tele". Así que, acabarán yendo a verla, seguro. Y, para rematar, antes que yo.

Y, aparte de eso, no se me ocurre qué contar, así que, hablaré sobre el libro que estoy leyendo. En la siguiente entrada mejor, que si no las entradas son muy largas y no quiero desanimar al lector. Hablo en el singular que quiere decir "muchos, muuuchos lectores", claro.

viernes, 2 de octubre de 2009

Música para amansar a las fierecillas



Mi padre es terco

Y yo también. ¿Genética? Ummm, puede ser... Él además es muy hermético, irritantemente callado en ocasiones pero los que le conocemos, sabemos interpretar perfectamente cada uno de sus silencios y cada una de sus miradas. A veces me parece que tiene ojillos de niño.

Hoy voy a contar una historia no muy lejana en el tiempo sobre mi padre y no seré breve, aviso.

Junio de 2008. Mi madre está preocupada porque mi padre se levanta todas las noches a dormir al sofá, dice que le cuesta respirar y que es por el calor. Comienzo a darle el coñazo a mi padre y le pregunto varias veces al día que qué tal está pero su respuesta es siempre la misma, "Bien, bien...". Sin embargo, cada día le veo más delgado y sus ojeras empiezan a parecer auténticas ojeras de oso panda. Hablo con mis hermanos y ellos me dicen más de lo mismo, no saben nada. Mi hermano pequeño bromea sin darle importancia: "El domingo pasado llegué a casa a las 7 de la mañana a casa y, ¡sabes qué susto me llevé cuando al entrar por la puerta me lo encuentro ahí sentado en el sofá?". Procuro que mi madre me mantenga informada sobre el tema y me comenta que pese a que le ha dicho varias veces a mi padre que vaya al médico o a urgencias o a lo que sea, él se encierra en que no hace falta, que ya mejorará.

Pasan los días y finalmente, un día van a urgencias. Tras numerosas pruebas, le diagnostican una cardiopatía diabética, tiene dos válculas del corazón, la mitral y la aórtica (las dos más importantes) hechas papilla y están a punto del colapso, así que, hace falta operar y sustituirlas por otras mecánicas.

Mi hermano mayor y yo, cada uno por su lado, buscamos información en internet. Queremos saber por qué le ha pasado esto, de qué va la intervención y .... ahí nos acojonamos (con perdón). Básicamente, trata de: 1) abrir 2) sacar el corazón 3) abrir el corazón 4) sacar las válvulas malas y colocar las nuevas 5) devolver el corazón a su sitio (esta es la parte más difícil) 6) cerrar y 7) esperar.

Todos estamos asustados. Yo empiezo a pensar que quizá mi padre pueda morir. Esto me pilla totalmente de imprevisto, nunca lo había pensado de forma tan súbita pero ahora hay verdaderas posibilidades de que ocurra. Pienso en los múltiples momentos futuros en los que no pueda estar y eso me deprime, desde que falte en Navidad, hasta que no conozca a sus nietos.

Va pasando el verano y el calor no ayuda a los nervios y a su estado. Mi padre, que mide 1'80 m más o menos y antes de todo aquello pesaba 70 y pico kg, se queda en 55 kg en apenas dos meses. Le veo caminar y es como una clase de anatomía; la clavícula ... las costillas de una en una ... y, ¿ese hueso de ahí? Debajo de sus vaqueros parece no haber piernas, son como unos pantalones colgados de una percha. De vez en cuando, buscando la broma y su risa, le recuerdo: "Papá, me acompleja mucho que peses menos que yo" y lógicamente, a él le hace gracia. Pero es momentáneo.

Hablar, no hablamos del tema, al menos no delante de él. Él es el primero que no habla de lo que tiene y no hay forma de establecer una conversación de más de 5 segundos sobre ello.

En agosto le operan, es curioso pero no recuerdo el día, diría que fue el 6 de agosto pero no estoy segura. El día de antes de la operación estoy sentada en su cama del hospital, junto a él, como todas los ratos que paso con él, y necesito preguntárselo: "¿Tienes miedo?" "¿Miedo a qué? No va a pasarme nada, estas operaciones las hacen los médicos todos los días y yo no voy a ser especial..." Sonrío pero tengo ganas de llorar. Mi madre nos mira con los ojos llorosos, brillantes. Me reprimo y seguimos leyendo el periódico y comentando trivialidades. Sé que tiene miedo aunque diga que no. Me fijo en que no ha leído nada del libro que le llevé una semana antes, cuando le ingresaron. Está tan mal que no puede leer y eso es un síntoma de que tiene miedo.

La operación es larga. Yo sí puedo leer y lo hago, leo. Necesito hacer algo para no pensar mirando al suelo. Así que leo hasta que me duele el cuello. Mi madre tiene una sonrisa nerviosa en la cara que no puede borrar. Se levanta cada vez que pasa un médico. Los nervios.

Cuando nos llama el cirujano y entramos en una sala diminuta para contarnos cómo ha ido todo yo tengo que quedarme de pie. Sólo hay dos sillas y estamos cinco: mi madre, mis dos hermanos, S y yo. Siento que me mareo y no sé qué hacer con el libro, me pesa. Pero todo ha ido bien. Bueno, no del todo, temen por sus riñones, ha habido alguna complicación que yo no llego a entender pero eso es cuestión de tiempo, de que el corazón se recupere. La operación ha ido bien.

Necesito ver a mi padre. Llegamos a la UCI y podemos verle a través de un cristal. Es entonces cuando me derrumbo, cuando veo el perfil de esa nariz que dice S también es mía y cuando sin girar la cabeza, nos mira de reojo. Lloro y río a la vez. No puedo parar de llorar. Golpeamos en el cristal para que sepa que estamos allí y quizá entreveo una ligera mueca que pueda ser una sonrisa.

Por la tarde, por fin podemos entrar y estar con él. Se ha recuperado de la anestesia y debido a la emoción, mi padre no puede dejar de hablar. Estamos sorprendidos y a la vez preocupados de que hable tanto. Nos pregunta cuánto tiempo han tenido su corazón fuera del cuerpo. Algo más de dos horas. "¿Sólo? Bueno, la verdad es que no está mal..." Necesita contarnos su no-recuerdo de la operación. Sus sensaciones al ir despertando. Pero no le dejamos, mi madre y yo no paramos de besarle y acariciarle por entre los tubos. Ése es uno de los mejores momentos de mi vida.

A partir de ahí, no voy a entrar en detalles en los 7 días que estuvo en la UCI, cuando deberían haber sido 3 y la angustia de aquellos días y de la recuperación. Simplemente me remontaré a una anécdota posterior.

Bastante tiempo después de la operación vuelvo a preguntarle a mi padre: "Papá, ¿de verdad que no tenías miedo?" Le pilla descolocado la pregunta: "¿Cuándo?" "Antes de la operación". Me mira y me dice lo siguiente:

"No sé si te fijaste pero desde la ventana de la habitación del hospital se veían las chimeneas de nuestra casa. Pasaba largos ratos mirándolas y lo único que pensaba al verlas era: '¿volveré de nuevo a casa...?"

Con eso lo dijo todo.

Una semana sin escribir... ¡seré vaga!


Ay cabecica reducida.....