viernes, 4 de diciembre de 2009

El jamón de york ha quitado mucha hambre

Introducción: el comienzo de esta entrada lo tenía olvidado en un rincón del blog llamado Borrador. Me ha hecho gracia encontrarla porque no la recordaba en absoluto y he decidido que sólamente por lo desangelada que resulta la palabra Borrador en letra cursiva, merece que la termine, así que, ahí voy....

Lo pensaba ayer. Recordando los recreos de mi infancia. Mi almuerzo de todos los días era un sandwich de jamón y queso. Lo comía encantada. Aunque con cierto recelo. El almuerzo de mi mejor amiga era un bollicao. Entre mordisco y mordisco al sandwich y conforme se me iba llenando la barriga con él (qué estómago más pequeño, por cierto...), ese sentimiento parecido a la envidia se iba esfumando. Yo hablaba con mi amiga pero a veces no podía evitar que los ojos se me fueran a ese bollo relleno de cacao. Bollicao. Un nombre muy apropiado. Alguna vez incluso, "¿me das un bocado?". Pero no, esas palabras no llegaban a salir de mi boca. Era y soy escrupulosa. Quizá ahora menos que entonces, pero compartir algo viscoso como la crema de cacao... no, por esas no pasaba, así que...

- ¿Podría llevarme un bollicao o algo parecido de almuerzo...?

- No.

- Es que Conchita (seudónimo de mi amiga) siempre almuerza bollicaos...

- Y, ¿qué? un sandwich es mejor, es más sano y está más rico.

Obviamente mi madre y yo disentíamos en criterios referidos a almuerzos "ricos" pero mi padre, desde su sillón y leyendo el periódico, podría haber zanjado la cuestión perfectamente así:

- Bah, eso son porquerías y además son muy caros.

Y a mi padre no se le replicaba.

Así que, mientras yo tropezaba con esas cosas duras que tiene el jamón de york, mi amiga sonreía al pasarse la lengua por los restos de chocolate de la cara.

Y ahora, en mi segunda infancia, sólo puedo decir a mis padres "gracias, gracias por no comprarme bollicaos ni atiborrarme de dulces. Aunque no me he librado de alguna que otra caries, no soy particularmente adicta al chocolate y he llegado a crecer hasta el metro 72 cm y eso seguro que se lo debo al jamón de york..."


Música para animar un día lluvioso:
Belle and Sebastian – I Could Be Dreaming - BBC Radio Session

Me he mordido la lengua y me ha dolido

Aunque entre semejantes nos lo estemos tomando a coña, yo me siento ofendida, aludida y casi, casi demonizada.

Ley de la propiedad intelectual, piratería, Ramoncín... no hace falta que dé muchos detalles. Ya se sabe de qué hablo. De poner barreras al campo.

Últimamente apenas descargo nada de internet. Ni películas, ni cedés ni nada. Pero antiguamente sí lo hacía y mucho. Era algo normal, natural diría yo. Cierto es que subyacía un ligero cargo de conciencia en mí, pero pequeñísimo, en realidad no sentía que estuviera haciendo nada malo.

No dejé de ir al cine porque pudiera descargar las películas desde mi casa. Veía aquellas que me interesaban. No dejé de comprar cedés porque puediera descargar música desde mi casa. Compraba aquellos que me gustaban. Gracias a internet he comprado cedés de música que probablemente no hubiera conocido nunca y he descartado comprar otros tantos que pudiendo haber comprado, finalmente no habrían merecido la pena.

Internet ofrece gratuidad, sí, pero sobre todo ofrece variedad e instantaneidad. Tienes la música aquí y ahora, tienes veinte cedés diferentes aquí y ahora para escuchar a lo largo del día. No sé cuántos cedés tengo en casa, algunos de ellos rayados, ya ni se pueden escuchar; otros perdidos y revueltos con sus cajas vacías, sin poder escucharlos. La música que tengo en casa, en su mayoría me aburre. La conozco demasiado. Al fin y al cabo, sólo una pequeña parte perdura para siempre, el resto se pierde con gustos de épocas pasadas. Mi ipod tiene más de 500 canciones y siempre está en modo aleatorio. Da igual por donde empiece ni por donde siga, de cada 20 canciones que suenan sólo escucho una. Me aburre la música de mi ipod.

Necesito música diferente todos los días y necesito rapidez, la necesito aquí y ahora. Y eso sólo me lo da internet. Hasta hace poco gracias a páginas de descarga directa podía descargar prácticamente cualquier cedé que quisiera en cualquier momento, por raro que fuera. Ahora ya ni eso. Ahora ya hay programas que me permiten escuchar la música sin descargarla, en streaming, en el directo de toda la vida. En casa, en el trabajo y dentro de poco en mi móvil, Spotify satisface cada uno de mis antojos musicales. Y es gratis.

Y es seguro que de aquí a no mucho ya no seguirá siendo gratis. Exigirán pagar 9'99 euros al mes. Y yo los pagaré. Quizá algunos se lleven las manos a la cabeza al sugerirles la idea de pagar ese dinero por un servicio y no por un ente físico pero yo lo pagaré encantada. No puedo permitirme comprar cien cedés de 20 euros cada uno cada mes. Ni cincuenta ni doscientos. Si pudiera lo haría, pero entonces S y yo tendríamos verdaderos problemas de espacio en casa.

La mentalidad ha cambiado. Cambió con el mp3. ¿De verdad la gente se deja dinero en el top manta? Los cedés son incómodos, ocupan espacio, se estropean y se pierden. Siempre hay alguno que merece la pena guardar y cuidar con mimo pero el ansia por variar y por probar cosas nuevas puede con las barreras físicas que supone el cedé.

Programas como Spotify demostrarán que
muchos estamos dispuestos a pagar por la música, que no buscamos robar música, que no es la sensación de gratuidad la que nos mueve a descargar contenidos de internet, sino que los productos que nos ofrecen en tiendas están desfasados, saben a poco y además son caros.

El tiempo lo dirá. Mientras tanto, seguiremos dejando que nos llamen ladrones.



Ahora mismo, gracias a Spotify, escuchando....


De mayor quiero ser...