jueves, 15 de octubre de 2009

Cosas que me gustan

Una de las cosas que más me gustan, aunque a algunos pueda horrorizarles la idea, es la rutina. Mejor dicho, las rutinas. Tener un orden para según que cosas. Pondré un ejemplo: mi rutina del despertar. Más o menos es como sigue. Suena la alarma del móvil y la pospongo. Vuelve a sonar a los 9 minutos y de nuevo, vuelvo a posponerla. Aquí no respeto el número de veces que puede sonar pero podría establecerse en cuatro o cinco ocasiones.

Suena la alarma --- 9 minutos --> alarma
--- 9 minutos --> alarma --- 9 minutos --> alarma final

Y me levanto. Por cierto, que la musiquita que suena con la alarma es la canción "I want you" de Bob Dylan y no, de momento no le he cogido paquete. Así que, me levanto y voy al baño. El gato me espera en la puerta y al salir, los dos vamos a la cocina. El café está listo porque S lo ha preparado un rato antes, así que, no tengo más que verterlo en la taza. Pero de la siguiente forma: tres medias cucharillas de azúcar (estoy dejándolo y por eso no son enteras), café hasta donde comienza el cuello de la cuchara y leche hasta casi llenar la taza. Después lleno un vaso de zumo (o de melocotón o de mandarina) hasta más o menos 3/4 del vaso y con ambos dos voy al salón. Antes de sentarme en el sofá, coloco bien recto el cojín contra el respaldo y encima suyo, coloco un cojín más pequeño que me ayude a sostener mi cabeza todavía somnolienta. Me siento en el sofá y enciendo la tele. Preferiblemente las noticias de antena 3, pero si son repetitivas, no le hago ascos a Shin Chan. Tengo media hora para desayunar, no puedo hacerlo en menos tiempo. Primero tomo el café, a sorbitos y cuando lo termino, me levanto a coger galletas o magdalenas o lo que haya. Vuelvo al sofá y después de tomarlas, bebo el zumo, también a sorbitos. Bebo muy despacio por precaución. De pequeña pensaba que podía írseme por el otro lado y se me podían encharcar los pulmones y morir. Ahora sé que esto no pasa pero una costumbre tan arraigada es difícil de eliminar.

Mientras desayuno, el gato se duerme en mi regazo y aunque esto sea bonito, a veces puede resultar un incordio. Más de una vez ha hecho que me volcara el café o el zumo encima o peor aún, en el sofá.

Al terminar de desayunar, enciendo el ordenador y pongo música. Voy a la cocina y friego lo que haya por fregar. Si no llueve, abro las ventanas de la cocina y del salón. Así aireo la casa y el gato se distrae asomándose por la ventana del salón y fantaseando con cazar palomas. Voy al baño. Me ducho, me peino, me doy crema hidratante, me visto y me seco el pelo. Todo en ese orden.

Cuando ya estoy presentable, preparo el bolso: guardo las gafas y el móvil, me cercioro de que llevo la cartera, pañuelos, la llave del coche y cacao labial. Me pongo las zapatillas, nunca zapatos. Vuelvo al baño y cojo el reloj y el único anillo que llevo, uno de coco (o puede que sea de roble) que me regaló S. Esas son mis únicas joyas.

Vuelvo a la cocina y me preparo medio sandwich. Si por ejemplo es de mortadela, la otra media loncha la parto en pedacitos y se los doy al gato. Y ronronea.

Guardo el sandwich en el bolso y me pongo la chaqueta. Llega el momento de irse, así que cojo las llaves, me miro en el espejo admirando mi belleza y me despido del gato que me ha acompañado hasta la puerta.

Cierro con llave y compruebo que la puerta está cerrada... ocho veces.

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