Y yo también. ¿Genética? Ummm, puede ser... Él además es muy hermético, irritantemente callado en ocasiones pero los que le conocemos, sabemos interpretar perfectamente cada uno de sus silencios y cada una de sus miradas. A veces me parece que tiene ojillos de niño.
Hoy voy a contar una historia no muy lejana en el tiempo sobre mi padre y no seré breve, aviso.
Junio de 2008. Mi madre está preocupada porque mi padre se levanta todas las noches a dormir al sofá, dice que le cuesta respirar y que es por el calor. Comienzo a darle el coñazo a mi padre y le pregunto varias veces al día que qué tal está pero su respuesta es siempre la misma, "Bien, bien...". Sin embargo, cada día le veo más delgado y sus ojeras empiezan a parecer auténticas ojeras de oso panda. Hablo con mis hermanos y ellos me dicen más de lo mismo, no saben nada. Mi hermano pequeño bromea sin darle importancia: "El domingo pasado llegué a casa a las 7 de la mañana a casa y, ¡sabes qué susto me llevé cuando al entrar por la puerta me lo encuentro ahí sentado en el sofá?". Procuro que mi madre me mantenga informada sobre el tema y me comenta que pese a que le ha dicho varias veces a mi padre que vaya al médico o a urgencias o a lo que sea, él se encierra en que no hace falta, que ya mejorará.
Pasan los días y finalmente, un día van a urgencias. Tras numerosas pruebas, le diagnostican una cardiopatía diabética, tiene dos válculas del corazón, la mitral y la aórtica (las dos más importantes) hechas papilla y están a punto del colapso, así que, hace falta operar y sustituirlas por otras mecánicas.
Mi hermano mayor y yo, cada uno por su lado, buscamos información en internet. Queremos saber por qué le ha pasado esto, de qué va la intervención y .... ahí nos acojonamos (con perdón). Básicamente, trata de: 1) abrir 2) sacar el corazón 3) abrir el corazón 4) sacar las válvulas malas y colocar las nuevas 5) devolver el corazón a su sitio (esta es la parte más difícil) 6) cerrar y 7) esperar.
Todos estamos asustados. Yo empiezo a pensar que quizá mi padre pueda morir. Esto me pilla totalmente de imprevisto, nunca lo había pensado de forma tan súbita pero ahora hay verdaderas posibilidades de que ocurra. Pienso en los múltiples momentos futuros en los que no pueda estar y eso me deprime, desde que falte en Navidad, hasta que no conozca a sus nietos.
Va pasando el verano y el calor no ayuda a los nervios y a su estado. Mi padre, que mide 1'80 m más o menos y antes de todo aquello pesaba 70 y pico kg, se queda en 55 kg en apenas dos meses. Le veo caminar y es como una clase de anatomía; la clavícula ... las costillas de una en una ... y, ¿ese hueso de ahí? Debajo de sus vaqueros parece no haber piernas, son como unos pantalones colgados de una percha. De vez en cuando, buscando la broma y su risa, le recuerdo: "Papá, me acompleja mucho que peses menos que yo" y lógicamente, a él le hace gracia. Pero es momentáneo.
Hablar, no hablamos del tema, al menos no delante de él. Él es el primero que no habla de lo que tiene y no hay forma de establecer una conversación de más de 5 segundos sobre ello.
En agosto le operan, es curioso pero no recuerdo el día, diría que fue el 6 de agosto pero no estoy segura. El día de antes de la operación estoy sentada en su cama del hospital, junto a él, como todas los ratos que paso con él, y necesito preguntárselo: "¿Tienes miedo?" "¿Miedo a qué? No va a pasarme nada, estas operaciones las hacen los médicos todos los días y yo no voy a ser especial..." Sonrío pero tengo ganas de llorar. Mi madre nos mira con los ojos llorosos, brillantes. Me reprimo y seguimos leyendo el periódico y comentando trivialidades. Sé que tiene miedo aunque diga que no. Me fijo en que no ha leído nada del libro que le llevé una semana antes, cuando le ingresaron. Está tan mal que no puede leer y eso es un síntoma de que tiene miedo.
La operación es larga. Yo sí puedo leer y lo hago, leo. Necesito hacer algo para no pensar mirando al suelo. Así que leo hasta que me duele el cuello. Mi madre tiene una sonrisa nerviosa en la cara que no puede borrar. Se levanta cada vez que pasa un médico. Los nervios.
Cuando nos llama el cirujano y entramos en una sala diminuta para contarnos cómo ha ido todo yo tengo que quedarme de pie. Sólo hay dos sillas y estamos cinco: mi madre, mis dos hermanos, S y yo. Siento que me mareo y no sé qué hacer con el libro, me pesa. Pero todo ha ido bien. Bueno, no del todo, temen por sus riñones, ha habido alguna complicación que yo no llego a entender pero eso es cuestión de tiempo, de que el corazón se recupere. La operación ha ido bien.
Necesito ver a mi padre. Llegamos a la UCI y podemos verle a través de un cristal. Es entonces cuando me derrumbo, cuando veo el perfil de esa nariz que dice S también es mía y cuando sin girar la cabeza, nos mira de reojo. Lloro y río a la vez. No puedo parar de llorar. Golpeamos en el cristal para que sepa que estamos allí y quizá entreveo una ligera mueca que pueda ser una sonrisa.
Por la tarde, por fin podemos entrar y estar con él. Se ha recuperado de la anestesia y debido a la emoción, mi padre no puede dejar de hablar. Estamos sorprendidos y a la vez preocupados de que hable tanto. Nos pregunta cuánto tiempo han tenido su corazón fuera del cuerpo. Algo más de dos horas. "¿Sólo? Bueno, la verdad es que no está mal..." Necesita contarnos su no-recuerdo de la operación. Sus sensaciones al ir despertando. Pero no le dejamos, mi madre y yo no paramos de besarle y acariciarle por entre los tubos. Ése es uno de los mejores momentos de mi vida.
A partir de ahí, no voy a entrar en detalles en los 7 días que estuvo en la UCI, cuando deberían haber sido 3 y la angustia de aquellos días y de la recuperación. Simplemente me remontaré a una anécdota posterior.
Bastante tiempo después de la operación vuelvo a preguntarle a mi padre: "Papá, ¿de verdad que no tenías miedo?" Le pilla descolocado la pregunta: "¿Cuándo?" "Antes de la operación". Me mira y me dice lo siguiente:
"No sé si te fijaste pero desde la ventana de la habitación del hospital se veían las chimeneas de nuestra casa. Pasaba largos ratos mirándolas y lo único que pensaba al verlas era: '¿volveré de nuevo a casa...?"
Con eso lo dijo todo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Jodía!... qué buena eres!
ResponderEliminarMás bueno eres tú, por haber estado ahí, por haberlo leído y por haberte emocionado leyéndolo... ¿he acertado? :)
ResponderEliminarHe vivido situaciones parecidas. Es dura la incertidumbre. Tener que mostrarse fuerte. Afortunadamente también con final feliz...
ResponderEliminarUn beso guapetona
Supongo que la incertidumbre es lo peor en cualquier situación. El no saber, si sí, si no... Me alegro de que a ti también te fuera bien. Eso también es curioso, lo pensaba el otro día, hace poco más de un año estábamos mi familia y yo al límite y ahora que todo está bien de nuevo, a veces te olvidas de valorarlo y hacer y/o decir todas esas cosas que prometiste hacer y/o decir en aquel momento, cuando temías lo peor. Raro, ¿no?
ResponderEliminar